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Llevo un tiempo un poco desaparecida porque estoy preparando mi TFM (Trabajo de Fin de Máster) de investigación, con el que luego intentaré entrar en el mundo paralelo de la investigación docente y los doctorandos. Me gustaría entonces acercaros a parte del trabajo, en el que analizo el imaginario de Tim Burton a través de la mitología y la pintura, especialmente todo lo relacionado con el lenguaje simbólico. Este es un extracto del trabajo “Tim Burton y la creación de la vida” que presenté para la asignatura “Mitos, ritos y espectáculos”.

EDUARDO MANOSTIJERAS

Fig. 1 Imágenes de los títulos de crédito de apertura de la película Eduardo Manostijeras

 

Eduardo Manostijeras (1990) es la historia de un robot (Johnny Depp) al que su inventor (Vincent Price) da vida poniéndole un corazón de galleta. Le quiere convertir en humano pero antes de acabar la transformación, justo cuando va a cambiar sus tijeras por manos, muere. Eduardo es tan sólo semihumano y vive recluido y solo en la mansión de su creador. Peg Boggs (Diane West) se encuentra con él y decide integrarlo en su mundo de familia media americana de suburbio, pero esto será más complicado de lo que parecía en un principio.

 

“En una fría noche de  invierno, justo antes de arropar a su nieta, la abuela Kim (Winona Ryder), observa por la ventana la majestuosa mansión situada en la cima de una colina vecina. Cuando se dispone a darle las buenas noches, la niña pregunta de dónde viene la nieve. La anciana en un principio se muestra reticente, poniendo por excusa que se trata de una larga historia, pero tras la insistencia de la pequeña, accede y empieza a narrar la fábula de la extraña e inacabada criatura con manos de tijera creada hace mucho, mucho tiempo, por un excéntrico inventor.”[1]

 

 

Eduardo Manostijeras, como ya comentamos, mantiene la estructura de cuento narrado por la vieja Kim de principio a fin. La idea al principio parte de un boceto realizado por Burton, un adolescente artificial cuyos brazos tienen tijeras en vez de manos: un personaje que quiere tocar y no puede, creativo y destructivo a la vez”.[2]

 

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Fig. 2. El barrio de clase media de Kim y Peg, contrastando con la Mansión en la Colina de Eduardo

Respecto a Eduardo Manostijeras, Sánchez-Navarro defiende que al respecto de la película ha habido análisis demasiado reduccionistas que hablan de una mera versión personal de Burton del Moderno Prometeo de Mary Shelley y también con la premisa de que existe una clara comparación entre Edward y Kim y los personajes de “La Bella y la Bestia”.

 

Sánchez-Navarro define Eduardo Manostijeras como un film intergenérico y ahistórico, un menjunje de géneros, estilos, estéticas, espacios y tiempos, que advierte con la cita al crítico de cine Jordi Costa su carácter de dimensión poética fílmica.

 

“El film presenta el violento contraste entre el mundo del mito y el mundo de la mediocridad, utilizando un tono a medio camino de fábula y comedia mordaz. El resultado es sanamente desconcertante, confirmando a Tim Burton como un poeta tan inclasificable como divertido en el seno del desangelado cine moderno (…) Derrochando imaginación plástica, Burton se está convirtiendo en un poeta incontestable dentro de un terreno no muy dado a la poesía”.[3]

 

En el cuento de la Bella y la Bestia original de Marie-Jeanne Leprince de Beaumont, Bella es secuestrada por la Bestia, que vive en unos dominios siniestros representados así por la fealdad de su captor. Bella acaba amando a Bestia a través de la observación, quien se muestra como Príncipe, como en el rapto de Europa el toro se convierte en Zeus cuando la joven muestra sus sentimientos. En el caso de Eduardo, Kim no sufre reclusión alguna según Sánchez-Navarro, y Eduardo le conquista por su buen corazón. Considera que hay textos arraigados a miedos culturales más profundos, especialmente el que tiene que ver con que Eduardo es una criatura de vida artificial.

Fig. 3 Edward y Kim se abrazan.

 

A través del mito de Prometeo, Sánchez-Navarro encuentra otros mitos y cuentos en su raíz. Para empezar en la propia mitología griega tenemos a Pigmalión, rey de Chipre,  que con fines más egoístas que los de Prometeo, modela una estatua con la imagen de Afrodita y le insufla vida con ayuda de la propia diosa. En el caso del Golem, que mentamos también anteriormente, es el caso de una leyenda proveniente de la tradición esotérica de los judíos centroeuropeos, la creación de vida a partir de materia informe (de aquí la relación con Eduardo y no con Frankenweenie).

 

El Golem es una forma inferior, una creación imperfecta y carente de palabra que se pone al servicio de los hombres que lo han creado para convertirse en eterno protector del guetto de Praga. El Golem comparte con Eduardo su base no humana, barro en el caso del Golem, un robot de una fábrica en el caso de Eduardo, también su imperfección, pero no sin embargo la función protectora del mismo. Eduardo es creado como compañía de su inventor y de hecho no es capaz de salvarlo, sino que en su muerte, incluso le hiere intentando ayudarle. Sánchez-Navarro además de estas leyendas nombra también la influencia de los autómatas del Renacimiento.

 

De finales del siglo XIX se nombra “L’Éve future”, una reescritura del mito de Pigmalión que influirá también en las autómatas femeninas, como puede ser Futura en “Metrópolis” y “Eva” de 2011 dirigida por Kike Maíllo o la Eva de “Wall-E” (2008) dirigida por Andrew Stanton y producida por Walt Disney/Pixar como ejemplos actuales. También se nombra los humúnculos de Paracelso (1493-1541). Se supone que este quiromántico, espiritista y alquimista entre otras cosas aplicaba estos conocimientos a la medicina por lo que llegó a  ser reconocido por curar la sífilis, la tuberculosis y la epilepsia:

 

Aislado en algún lugar de Transilvania, experimentó la creación de un arcanun sanguinis hominis, es decir, de homúnculos: hombres de diminuta estatura, incubado en una vasija de cristal y alimentado por un preparado especial de sangre humana y otros elementos.[4]

 

  Las últimas relaciones que establece Sánchez-Navarro son con Pinocchio (1880-1883) de Carlo Collodi, en la que un artesano crea una marioneta a la que inyecta vida con la ayuda de un hada, pero que no acabad e completarse el proceso y convertir la marioneta en ser humano, y El Mago de Oz (1900) de Frank Baum.

 

  Pinocchio transita por un mundo hostil – es decir, real – en busca de la carne y los huesos que le faltan, igual que los humanoides artificiales que acompañan a Dorothy en The Wizard of Oz (1900) – el hombre de hojalata y el hombre de paja – buscan las preciadas vísceras que les faltan para convertirse en hombres. (…) Nos parece especialmente significativa por su valor simbólico la búsqueda de órganos vitales que llevan a cabo el hombre de paga y el hombre de hojalata. (…) El inventor es como Gepetto, un Pigmalión que en lugar de una cálida y bella esposa quiere tener un hijo en toda regla: eso sí, sin ayuda femenina.[5]

 

Fig. 4. Eduardo, en el momento de la muerte de su creador, destruye las manos que le iban a completar como ser humano.

Lo que hay que tener en cuenta según Sánchez-Navarro es que Eduardo es un cyborg que podría ser completamente humano si no hubiese sucedido la muerte de su creador. Las manos-tijeras se convierten en herramienta de caos y orden, de creación y destrucción, y con Peg Boggs intentará una etapa de maduración con la comunidad que le rodea de adaptación.

 

En el libro de “Frankenstein. El mito de la vida artificial”[6] además de algunos de los nombrados nos habla de otras inspiraciones del relato de Mary Shelley en relación con dar vida a lo inanimado y que por tanto son interesantes para ser nombradas aquí, como pueden ser los experimentos del francés Jacques de Vaucanson (1709-1792) que fueron una premonición de la figura del androide, que incluso  se dice que Luis XV le encargó en 1739 la elaboración de un autómata. También Pierre Jaquet-Droz (1721-1790) ideó seres mecánicos más espectaculares que aún se conservan en el Museo de Historia de Neuchâtel, Suiza. Sus criaturas imitaban el movimiento humano de forma casi perfecta. Alberto Magno (1206-1280) era muy admirado por Shelley y por su padre. Magno construyó pieza por pieza un hombre de latón que cobró vida gracias a una conjunción cabalística de estrellas. Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, pupilo de Magno, se enfureció muchísimo por el imparable parloteo del autómata y lo destruye, descubriendo que no está hecho sólo de latón sino también de carne y huesos humanos. Añadimos a estos inventores de autómatas a Leonardo Da Vinci (1452-1519) que entre sus diseños como ingeniero e inventor incluía al menos dos, uno de ellos, un autómata con forma humana y vestido con armadura medieval que no llegó a construir pero se que ha hecho en la actualidad y es capaz de mover los brazos, girar la cabeza y sentarse.  El segundo, más ambicioso era el de un león mecánico, que sí que consiguió hacer andar delante del monarca Francis I y el papa León X.

 

Tenemos que añadir que curiosamente aunque el libro de El mito de la vida artificial es publicado en el año 2000 y por tanto nombra películas influenciadas por Shelley como Rocky Horror Picture Show (1975) o The Addams Family (1991) no se menta a Eduardo Manostijeras, pero sí en los cortometrajes es citado Frankenweenie en su versión de 1984.

 

Fig. 5. El jardín-museo y la mansión-morada de Eduardo, el lugar donde el creador ermitaño se condena para dejar libre a su amada, regalándole desde allí la nieve cada invierno.

También es interesante analizar el trío a que aparece en la película de Eduardo compuesto por el propio Eduardo, Kim y Jim. Nos dice Sara Martín al respecto del monstruo que:

 

En las antiguas mitologías indoeuropeas, el héroe era un cazador que salía victorioso de su combate con el monstruo depredador. Aún hoy se venera a San Jorge, una figura de leyenda derivada del héroe griego Perseo y elevada a los altares, la imagen del caballero-cazador que mata a su bestial adversario para recibir en recompensa no sólo honor, sino también a la doncella rescatada de las garras del dragón. El mito del cazador y el monstruo es, como puede verse en la leyenda de San Jorge, un mito propio de un universo profundamente patriarcal, ya que la caza de la bestia le permite al héroe demostrar su valor ante los hombres – literalmente, su hombría – pero reduce a la mujer al papel pasivo de rehén y recompensa. El mito subraya así su dependencia del hombre, sin cuya protección ella sucumbiría al apetito, literal y tal vez sexual, del depredador.[7]

 

            En Eduardo Manostijeras esto ocurre en el triángulo entre el autómata y monstruo, adversario peligroso que cuenta con tijeras en vez de manos, Kim, mujer, que está en manos de Jim cazador-caballero y éste entiende que debe de protegerla del “monstruo”, aunque en este caso ni exista secuestro ni peligro. Hablando de Eduardo como monstruo de lo fantástico según Noël Carroll la diferencia entre el monstruo del terror y el monstruo de los cuentos de hadas (y por extensión del fantástico) no radica en el aspecto de las criaturas, sino en la actitud que los personajes normales mantienen hacia ellos (…) los humanos tratan a los monstruos que les salen del paso como anormalidades, anomalías en el orden natural, en los cuentos de hadas, los monstruos son parte del menaje cotidiano del universo Dice entonces Martín Alegre que considera que incluso dentro del territorio del fantástico, se distingue entre monstruos buenos y monstruos malos. Un ejemplo que aporta es el caso de Eduardo Manostijeras, que define como criatura extraordinaria en un mundo cotidiano que pertenece al cuento de hadas moderno y no al terror a pesar de sus imponentes manos metálicas. [8]


[1] Pag. 77.  PANADERO, D. G. y PARRA, M. A. “Tim Burton, diario de un soñador”. (3º ed. 2010).

[2] Pág. 147. Burton, Tim en SALISBURY, M. “Tim Burton por Tim Burton”(2012)

[3] Pág. 47. COSTA, Jordi citado en SÁNCHEZ-NAVARRO, J. Tim Burton, cuentos en sombras. (2000).

[4]  Pág. 66. FERNÁNDEZ VALENTÍ, T., & NAVARRO, A. J. (2000). Frankenstein. El mito de la vida artificial. Madrid: Nuer Ediciones.

[5] Pág. 247. SÁNCHEZ-NAVARRO, J. (2000). Op. Cit.

[6] FERNÁNDEZ VALENTÍ, T., & NAVARRO, A. J. (2000). Op. Cit.

[7] Pág. 17. MARTÍN ALEGRE, S. (2002). Monstruos al final del milenio. Madrid: Imágica Ediciones.

[8] Pág. 86. CARROLL, Noël, citado por MARTÍN ALEGRE, S. (2002).

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